La expresión material de la cultura de los guaraníes tuvo su base en cuatro elementos fundamentales: la madera, el hueso, la piedra y el barro. Toda su creatividad, ya de objetos utilitarios como artísticos, derivaba del material que le proveía su entorno. La floresta le suministraba sus armas; arcos y flechas, útiles tanto para la caza y la guerra. La rudimentaria alfarería que producía, desde las urnas funerarias hasta útiles de la vida hogareña, se nutría de la arcilla. El hacha de piedra, de negro granito, fue un implemento esencial en la vida del aborigen guaraní.
De sus vastos conocimientos del mundo vegetal, resultado de la observación objetiva de los fenómenos de la naturaleza, origen de toda ciencia, aprovechó las fibras del algodón para fabricar hilos y tejidos; del ybira, especie de cardo silvestre, elaboró cuerdas resistentes de todos los grosores. La industria del tejido pasó de un fin meramente práctico para cubrir la desnudez del cuerpo y proteger de los rigores invernales, a la búsqueda de una realización estética y así dio origen al arte del dibujo incorporado a los tejidos.
Con la corteza lisa y brillante de la tacuara, especie de bambú, fabricó cribas y canastas. Conoció y aprovechó para su alimentación la mandioca y el maíz, hasta hoy base fundamental de la gastronomía paraguaya, así como las propiedades del tabaco, originariamente un elemento del culto guaraní, la yerba mate, con sus virtudes como medicina para contusiones y quebraduras, como infusión o como bebida refrescante para atenuar el calor del estío.
La farmacopea heredada de los guaraníes la integran entre otras plantas, el Kaá Heé (Stevia Rebaudiana Bertoni) un edulcorante natural que en los casos de diabetes es un sustituto del azúcar; el Taperybá, del género Cassia, empleado contra la malaria; el Caá-rurú-pé (Behevaria hirsuta) para la disolución de los cálculos renales; el ambay (Cecropis Ambayba Adéponus) como cardiotónico; el Pyno (Urtica urens) y el Kaá Piky (Parletarias debilis) contra las embolias; el ybyrá payé (Myrocárpus frondoso) para combatir la lepra; Congorosa (Maitenus ilicifolia), que tiene propiedades analgésicas, antiasmática, bactericida, antiulcerogénica, antitumoral, contraconceptiva; Cocú (Allophylus edulis), para el tratamiento de la hepatitis, cirrosis hepática.
Otro legado importante es la lengua guaraní, base del bilingüismo de la población paraguaya, que se manifiesta en el uso corriente del español y del guaraní, caso único entre los países latinoamericanos, mantenido hasta la actualidad a pesar del proceso de imposición del idioma y cultura del conquistador. La vitalidad del guaraní es un factor de unidad trascendente y fundamento esencial del concepto de la nación paraguaya.
Es así que la cultura paraguaya, cuyas características identificadoras la hacen singular, es producto, principalmente, del encuentro de dos mundos: el euro-hispano occidental y el guaraní precolombino. De ahí que su identidad propia sea el resultado de un mestizaje no solo biológico sino también espiritual que se proyecta en todas sus manifestaciones.
Los orígenes de la matriz cultural mestiza paraguaya deben buscarse, fundamentalmente, en la alianza cimentada como resultado de la unión de la mujer guaraní con el conquistador español, que transformó los entendimientos políticos de asistencia recíproca en lazos de familia, que son mucho más permanentes y fuertes.
De esta unión nace el mestizo, el mancebo de la tierra, con estatus de hijo de español que es la piedra angular del complejo social del Paraguay y el factor fundamental de su evolución cultural.
En todas las manifestaciones culturales del Paraguay puede apreciarse una experiencia singular que es el resultado de la amalgama de elementos derivados de las dos culturas.
A pesar de que el guaraní carecía de una escritura propia, pervivieron a través del tiempo, transmitidos en forma oral, conocimientos, valores y tradiciones populares, cuyos orígenes se pierden en la obscuridad del pasado precolombino. Muestrario de ello es la rica farmacopea y la medicina tradicional, la gastronomía, la artesanía, la sabiduría popular (arandú ka’aty), los refranes (ñe’engá) y las historias populares (ñemombeú), concebidos y expresados con singular gracia en la lengua vernácula.
En los últimos dos siglos llegaron al país importantes corrientes migratorias que incorporaron a la sociedad paraguaya italianos, españoles, alemanes, judíos, árabes, japoneses, coreanos y de países limítrofes constituyendo un variado mosaico de diversidad cultural.
Destaca entre las manifestaciones culturales del Paraguay su música que no escapa de la influencia del mestizaje. Se conservan documentos de las reducciones jesuíticas que confirman las aptitudes de los indígenas para la construcción de instrumentos y para su ejecución.
Como algún autor lo afirmó, el paraguayo es un ser eminentemente musical y favorece e influye en su creatividad, la naturaleza que lo rodea. Mburica’ó, Kaaty de José Asunción Flores; Alto Paraná y Canto de mi Selva de Herminio Giménez; Pájaro Campana de Mauricio Cardozo Ocampo, Recuerdo de Ypacaraí de Demetrio Ortiz, Cascada de Digno García, Ka’aguype (en la selva) de Florentín Giménez son obras magistrales que confirman este aserto a los que se suman hermosas creaciones, populares y cultas,de la autoría de Agustín Barboza, Emigdio Ayala Báez, Juan Carlos Moreno González, Emilio Biggi, Juan Max Boettner, Remberto Giménez, Prudencio Giménez, Emiliano R. Fernández. El paraguayo expresa sus sentimientos a través de la música. Su alegría se refleja en el ritmo permanente sincopado y vivaz de la polca paraguaya; su melancolía y nostalgia en la guarania, género musical creado en 1925 por José Asunción Flores y sus penas y lamentos en el purahei jahe’ó (canto triste).
Instrumentos tradicionales para la interpretación de la música folclórica paraguaya lo constituyen el arpa, introducida por los jesuitas en el siglo XVII, diatónica, con treinta y ocho cuerdas, en cuya ejecución se destacaron, entre muchos otros, Félix Pérez Cardozo, Digno García, Luís Bordón, Nicolás Caballero y la guitarra, que acompañaba ya a los conquistadores, cuyo máximo exponente y uno de los compositores más importantes de América, es Agustín Pio Barrios-Mangoré, destacándose entre sus cultores Sila Godoy, Felipe Sosa, Berta Rojas y otros tantos.
Estrechamente unida a la música folclórica está la danza, manifestación grupal cuyas dos vertientes provienen de las tradicionales europeas como el londón karape, la golondriana, el cielito y de otra, la autóctona, como las danzas de las galoperas y de la botella, conocidas mundialmente. Destaca en el baile tradicional paraguayo la armónica coreografía, la belleza de la vestimenta que incluye prendas que lucen delicados tejidos como el aho poi y el ñanduti.
Una mayor producción literaria del Paraguay se inicia en la época del Gobierno de Carlos Antonio López en el siglo XIX, en la que se produjo una revitalización de esta expresión cultural, resultado de la influencia de maestros europeos. En ese período aparecen El Semanario y El Paraguayo Independiente, órganos de prensa en los que publican sus obras los precursores del romanticismo en el Paraguay. Al finalizar la guerra de la Triple Alianza destacan escritores tales como Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Juan E. O’Leary. También el modernismo tuvo sus representantes en Herib Campos Cervera, Eloy Fariña Núñez, Alejandro Guanes, Natalicio González, Manuel Ortiz Guerrero. Aportes muy valiosos que enriquecieron la literatura paraguaya brindaron el poeta Elvio Romero, los novelistas Gabriel Casaccia, y Augusto Roa Bastos, este último ganador en 1989 del Premio Cervantes de España. José María Sanjurjo, José Luis Appleyard, Ramiro Domínguez. Rubén Bareiro Saguier, Josefina Pla, Mario Halley Mora son otros destacados exponentes de la literatura paraguaya.
En cuanto a las artes plásticas, muchas manifestaciones del arte paraguayo tienen sus raíces en la tradición religiosa, muestra de ello es la abundante iconografía, resultado de la combinación del estilo barroco español con el arte indígena, que procede de las misiones franciscanas o de las reducciones jesuíticas. En pintura se han destacado Pablo Alborno, Juan Samundio, Roberto Holden Jara, Ignacio Núñez Soler, Pablo Delgado Rodas, Guillermo Da Re, Guido Boggiani. Entre los contemporáneos, Carlos Colombino, Ricardo Migliorisi, Félix Toranzos, Olga Blinder, Edith Giménez y en escultura Herman Guggiari, Hugo Pistilli y Javier Báez Rolón.
Al igual que las otras expresiones culturales, la artesanía en general es también mestiza. Sin embargo, los indígenas fueron hábiles en cestería, arte plumífero, cerámica y tejidos entre los que se destaca el ahopoi y el ñandutí. Los españoles aportaron las técnicas del hierro forjado, orfebrería, joyería, talla de madera, trabajos sobre cueros, los bordados y encajes.
La mayoría de las grandes fiestas populares del Paraguay tienen su origen en las celebraciones religiosas en honor a los Santos Patronos y provienen de la tradición hispánica a la que se sumaron elementos autóctonos. En ellas se combinan lo sacro con lo profano.
Entre ellas, una de las fiestas más difundidas a lo largo del país es la Noche de San Juan, que se realiza en la segunda mitad del mes de junio, cuyos orígenes se consideran paganos en atención a que se celebraba en el solsticio de verano del hemisferio norte.
En la festividad de San Juan el elemento principal es el fuego y quienes asisten a él no son meros espectadores sino se convierten activos participantes de la diversidad de juegos como la pelota tatá (pelota de fuego), tata ari yehasá (caminata sobre brasas), ybyrá syy (palo enjabonado), toro candil (imitación de un bovino con los cuernos encendidos), festividad que concluye con el judas kai (la quema de un muñeco de trapo y paja que representa a Judas pero que en los últimos años viene siendo reemplazado por la figura de algún político o personaje impopular).
En la compañía Itá Guazú de Altos, a unos 70 kilómetros de Asunción se realiza una fiesta patronal en honor de los Santos Pedro y Pablo, que tiene sus raíces en una festividad de origen hispánico, en la que los principales personajes son los kambá raangá, disfrazados con máscara de madera y los guaicurú, disfrazados con trajes hechos de banano seco que personifican a aborígenes chaqueños, interactúan con quienes participan de la fiesta.
Otra festividad, en la que se combinan lo artístico y lo religioso, es la procesión de Semana Santa que se realiza en Tañarandy, una compañía de la ciudad de San Ignacio que se encuentra a 220 kilómetros de Asunción. En esa oportunidad se reviven antiguas tradiciones que provienen de la época de la colonia, tales como el canto de los Estacioneros, que son grupos corales integrados, exclusivamente, por hombres que con un canto lastimero recorren las estaciones del Vía Crucis.